martes, 19 de mayo de 2015

El jilguero



Después de leer críticas de todo tipo, incluido un artículo de por qué no leerse este libro, decidí que quería tener mi propia impresión y empezar a leerlo. Menos mal que decidí hacerlo porque para mí este libro es increíble, espectacular, enorme y me ha encantado. Una gran obra que ha ocupado gran parte de mi tiempo debido a su longitud y las ganas de avanzar en la historia.
La vida de Theo y su relación con el jiguero, un pequeño cuadro de Fabritius, pintor de la época de Rembrandt y Vermeer, que marcará de forma intensa su joven existencia. Theo vive arropado por su madre en la ciudad de Nueva York (de nuevo un libro con un marco espléndido y una descripción de la ciudad que te hace estar allí en todo momento); están los dos solos, abandonado por un padre alcohólico cuando ocurre un desastre espantoso que hace que su existencia cambie para siempre. A partir de ahí su vida da un giro radical, siempre vivirá con la sensación de estar solo en el mundo, que a nadie le importa y que nada tiene sentido. Una espiral de autodestrucción casi permanente.
Lo mejor es no contar nada más del libro. Me veo poco capacitada para explicar el cúmulo de sensaciones que tenía leyendo la novela, entendiendo y comprendiendo a este joven personaje, sus relaciones con su familia y poco amigos. La sensación de soledad es permanente, como la que ya intuimos en Theo al principio de la novela, encerrado en un hotel en Amsterdam pensando en cómo su vida le ha llevado hasta ese momento.
Creo que es un gran libro que merece la pena leer. No creo que le sobren páginas ni que el final sea apresurado. Una novela que me ha llenado muchísimo y que espero que la gente disfrute tanto como yo.
Próxima lectura: La herencia de la rosa blanca, de Raquel Rodrein.

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